miércoles, 24 de enero de 2007

La importancia de las normas, los límites, la disciplina y la rutina

Las rutinas y las normas domésticas son importantes para los niños pequeños, pero esta estructura básica sólo puede mantenerse con la ayuda de disciplina.
Casi cualquier tema que esté remotamente relacionado con el niño y su cuidado tiende a provocar un acalorado debate en los medios. Pero la más controvertida de todas esas cuestiones es, sin duda alguna, la de la disciplina.
¿Cuándo se es demasiado estricto? ¿Cuándo no se es lo suficiente? Nos podríamos pasar un día entero debatiendo estas cuestiones, pero si hay algo claro: Los padres pierden su autoridad cuando ceden para convertirse en colegas de sus hijos. La disciplina consiste en encontrar ese punto de equilibrio en que eres cariñoso con el niño, pero firme cuando tienes que serlo. Eso implica respeto por ambas partes.
Si eres demasiado duro con tus hijos, correrás el riesgo de cortarles las alas. Pero si no estableces ningún tipo de límites, tus hijos no sabrán controlarse. Tarde o temprano, normalmente en el colegio, esos niños se enfrentarán a un entorno distinto al del marco familiar, donde la ausencia del autocontrol agravará el problema: podría repercutir en la capacidad de aprendizaje del niño, o derivar en la imposibilidad de hacer amigos.
Sería lógico pensar que un niño al que se le permite hacer siempre lo que quiere debería ser un niño feliz y despreocupado. Pero no es el caso. El niño que siempre se sale con la suya piensa que es él quien manda. Esa idea puede provocarle confusión. El exceso de libertad no es una forma de decirle al niño que quieres que lo tenga todo, sino de demostrarle que te da igual que sepa dónde están los límites. Los niños que no están sujetos a una disciplina a menudo se sienten aterrados, inseguros, enfadados, confundidos e infelices. No tienen ni idea de adonde se dirigen y eso les disgusta. Aunque consigan lo que quieren, o lo que creen que quieren, siguen sin estar contentos, pero continúan intentando saltarse los límites para ver si hay algo que estés dispuesto a impedirles hacer o tener.
Los niños no tienen aún la capacidad de razonamiento ni el sentido común necesarios para dirigir su propia vida, menos aún la tuya.
Muchos padres que empiezan por no imponer ninguna norma, a menudo terminan cambiando de opinión cuando las cosas se les van de las manos. Una vez establecida una pauta de mal comportamiento, cuesta mucho cambiarla. Pero, sorprendentemente, puede hacerse sin demasiado sufrimiento. De esa forma, no sólo los niños son más felices y están más relajados, sino que el cambio beneficia también al resto de la familia.

Cómo encontrar el planteamiento adecuado

Todos los niños tienen su propia personalidad, que se hace evidente desde el primer momento: están los inquietos (que no duermen mucho y se enteran de todo lo que sucede a su alrededor), los tranquilones (que se dejan llevar), y los que tienen un carácter más fuerte. No puedes prever el tipo de hijo que tendrás, pero puedes adaptar tus métodos a las nueva personita que ha entrado en tu vida. Algunos no necesitarán tanta firmeza como otros, pero no olvides nunca que la disciplina no consiste en pisotear la personalidad de tu hijo, reprimirlo o intentar convertirlo en alguien que no es: Se trata sencillamente de permitir que el niño sea el mismo dentro de los límites de un comportamiento aceptable.
Tendrás más posibilidades de éxito si te sientes cómoda con el tipo de disciplina que adoptes, pero si eres uno de esos padres a los que les cuesta asumir el mando no renuncies por completo a la disciplina.

Amor y respeto

Es importante que entiendas que tu hijo no te querrá menos por que intentes imponerle cierta disciplina quienes piensan que la disciplina es sinónimo de castigos severos, se equivoca. La disciplina consiste en enseñar a tu hijo cómo comportarse y ponerle límites. Conlleva tantos elogios y palabras de ánimos como firmeza y control.
Hasta en los hogares más caóticos siempre ha habido mucho afecto entre los miembros de la familia, pero en ocasiones faltaba respeto. Si un niño no respeta a su padre o a sus hermanos, trasladará esa misma actitud a otras situaciones (cuando conozca a otros niños, o cuando empiece a ir a la guardaría o al colegio) con resultados potencialmente explosivos. En una buena relación entre padres e hijos hay amor y respeto por ambas partes.

Cómo hablar con tu hijo:

No le chilles ni le grites. Utiliza voz autoritaria para el mal comportamiento.
Elogia a tu hijo cuando se porta bien.
Procura hablar con él de forma positiva en la medida de lo posible, en lugar de decirle siempre lo que no quieres que haga, intenta plantearlo de otra forma. En vez de decirle: No pongas las manos sucias en el sofá, dile: “Vamos a lavarnos las manos que las tienes sucias. Luego, te puedes sentar en el sofá y te leeré un cuento”.
No seas brusca ni le des órdenes a gritos. Obtendrás una resistencia inmediata.
Nunca utilices palabras hirientes ni le pongas etiquetas a tu hijo. Deja bien claro que es su mal comportamiento lo que no te gusta, no él.
Sé atento y habla con educación.
Si tu hijo te responde con un grito no muerdas el anzuelo. Una pelea de gritos no hace bien a nadie, dile a tu grito que no te hable así.
No compares a tu hijo desfavorablemente con sus hermanos, y jamás hables de él con otras personas donde pueda oírte, puede que parezca de que no escucha, pero se enterará de todo.
No le ofrezcas demasiadas opciones a un niño pequeño.
No hagas trataos con el niño cuando haga una rabieta.
Sé expresiva. Procura que tu hijo entienda tu lenguaje corporal. Es muy útil un punto teatral y juguetón en al manera de hablar con tu hijo.


Cómo imponer disciplina a tu hijo:

Cuando tu hijo hace algo realmente inaceptable (y está claro que lo ha hecho a propósito) o toma por costumbre hacer travesuras, debes adoptar medidas adicionales y reforzar tus normas mediante un control firme. Las técnicas que te proponemos a continuación son adecuadas para niños mayores de dos años y medio. Salvo que el niño sea demasiado avanzado para su edad, ésa es la edad mínima a la que puedes empezar a utilizar estos métodos y obtener resultados satisfactorios. Por debajo de los dos años y medio, la capacidad de razonamiento del niño aún no se ha desarrollado lo suficiente para comprender lo que tratas de enseñarle.
La razón principal del mal comportamiento de un niño de entre dos y cinco años es la búsqueda de atención y reacción. La segunda razón (que, curiosamente, se reduce a lo mismo) son los celos. Un niño pequeño hará prácticamente cualquier cosa para mantener la atención centrada en su persona. Con la llegada de un nuevo hermano, de pronto esa atención se convierte en objeto de una competencia feroz.
Hay dos cosas que debes recordar sobre el uso de cualquier forma de disciplina:

v Sé constante. Mantente firme. No cambies las normas: Los dos miembros de la pareja deben comportarse del mismo modo y apoyarse el uno al otro. Un niño que recibe una reprimenda de uno de los padres irá naturalmente en busca del otro a ver si puede sacarle algo. La falta de coherencia, cuando se tiene un hijo, hace imposible la disciplina.

v Actúa inmediatamente. No pospongas la toma de medidas. Los niños pequeños no recuerdan las cosas mucho tiempo. Tu hijo no asociará la reprimenda con su mal comportamiento si transcurre demasiado tiempo entre ambos.

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